RELATO
NI CANELO, NI CORBATA, SE LLAMA DIABLO.
PRIMERA EDICION. JULIO 2023
POR CARLOS RENE CABADILLA DIAZ.
19 DE JULIO DEL 2023.
NOTA: A LA MEMORIA DE MI AMIGA CONCHITA, FALLECIDA POR NEGLIGENCIA EN LOS SERVICIOS MÉDICOS DE LA GUARDIA DE SANTA MARTA VARADERO.
ESTE RELATO ESTÁ BASADO EN UN HECHO REAL; NO OBSTANTE YO RECREO ESTOS SUCESOS Y LOS NOMBRES QUE APARECEN NO SON LOS REALES.
A Fermina le llaman “Lengua de Sabana” en el batey “Tres Claveles”, no es por gusto, ella no sólo se las sabe todas, sino que todas las divulga de casa en casa, Fermina va por unos 55 años de edad, muy pasada de peso a pesar de lo que camina al día; Ella sale todos los días sobre las 08:00hs de su casa y no es hasta las 18:30hs que regresa de nuevo, y no es que tenga una larga jornada laboral, no, tampoco es misionera, pero se ha dedicado a predicar, ¡Y de qué manera lo hace! Y no predica doctrina alguna; lleva el chisme bien o mal intencionado de casa en casa ¿Quiere saber algo de Tres Claveles? Pregúntele a Fermina, si ella no le sabe responder, póngale cuño que no han existido ocurrencias. Yo le oigo y le saludo, pero cuando se trata de alguna información que lacera la moral o desprestigia a alguna persona no le doy crédito, no me gusta, no lo veo correcto.
Cuenta Fermina a los vecinos del Batey lo que había visto y también lo que no vio, pero se imaginó, y este servidor lo llevará a ustedes:
Una de esas tardes que Fermina regresaba a su casa, al acercarse a la casa de Ignacito se detiene cuando ve a Concha en una situación muy embarazosa; Concha es una señora de unos 45 años de edad, muy sociable, muy conocida en “Tres Claveles”, no sólo “amiga de sus amigos” (un dicho cubano cuando se quiere significar que una persona es buen amigo), sino que es bien llevada con la mayoría de las personas, ella es de este tipo de personas que cuando necesita resolver algo “mueve cielo y tierra” si es necesario, pero su “talón de Aquiles” ha sido siempre el tremendo miedo que le tiene a los perros.
Ella sabe que, mostrándole bondad a los perros puede lograr que ellos no le hagan daño, pero una cosa es la teoría y la otra la práctica con ella y, no es menos cierto que cuando no te conocen se muestran muchas veces agresivos y, sobre todo cuando acostumbrados a no avistar a más personas que las de la familia que lo cuidan, se topan con alguien completamente desconocido. De manera que Concha, por su temor a ser mordida por los perros les ha cogido mucho miedo a los mismos, cosa que conspira en contra del dominio que pudiera tener de ellos; así mismo su miedo le hace segregar demasiada adrenalina, la que es captada por estos, provocando su envalentonamiento.
Conchita como se le dice a Concha, estaba enfrascada en encontrar quien le pudiese vender dos metros de piedras para enchapar las paredes de la cocina, Pototo su hermano le había dicho que Rolandito, uno de sus vecinos, estaba vendiendo algunos metros de esta piedra que le habían sobrado en su casa, y que en caso que no estuviese vendiéndola, o ya la hubiere vendido, el sabría decirle a quien se la compró; Conchita a sabiendas de que esas cosas se deben ver con rapidez, porque de lo contrario se llega tarde a la compra, se dirigió de inmediato a la casa de Ignacito, y al llegar a la misma se había encontrado la puerta del jardín de la casa sin candado pero con el cerrojo pasado; comenzó a llamarlo desde la calle, sus gritos se oían bien lejos, sin embargo quien más hacía falta que lo oyera no la escuchaba; al darse cuenta que éste no se daba por enterado de sus llamados, y sin analizar más nada, decidió abrir la puerta del jardín, entrar, y cerrar con dicho cerrojo, así lo hizo; para Conchita en esa casa no existían perros, al menos ella nunca los había oído ladrar, ni los había visto echados en el jardín o de la mano de Ignacito, por lo que de haber alguno debían tenerlo bien amarrado, al menos a esa hora en que existía la posibilidad de que alguien como ella entrase.
Una vez adentro, se acercó a la puerta de la casa y tocó con una aldaba que existía en la puerta, a la vez que gritaba por Rolandito, se conoce que el galillo de Conchita es de los más energizados, cuando más entusiasmada estaba con sus gritos, siente un perro ladrar, pero no adentro de la casa, más bien a su espalda, se voltea pero no lo ve, sin embargo comienza a preocuparse porque en realidad no sabía si éste ladraba de dentro de la casa o si estaba por alguno de los dos laterales; llamó a Rolandito de nuevo, el temor la había comenzado a envolver pero su pensamiento ya estaba sujeto a la preocupación por el ladrido del perro; mientras ella ya algo atemorizada daba gritos a Rolandito , el perro se movía en su dirección, había salido al encuentro de donde se habían producido los gritos, ella miraba a la puerta, a las bocas de los dos pasillos laterales y atrás, con rapidez y miedo repetía este movimiento de la cabeza y los ojos constantemente, la sorpresa fue de ambas partes, ella esperaba a Rolandito y no al perro, el perro no sabía que los gritos por Rolandito salían de una garganta que estaba en su territorio y al encontrarse con ella, ya casi a tres metros, comenzó a ladrar enfurecidamente, o quién sabe si “por miedo también”, a la par que ladraba, iba olfateando la alta segregación de adrenalina que ella desprendía por el terror, no sólo de lo inesperado, sino de sus viejos temores por los perros.
Según Fermina, una vecina que se comunicaba con Rolandito por el fondo de la casa le gritó a éste para que saliese y recogiese al perro, pero éste no salía, Conchita en cambio, muy nerviosa le hablaba en alta voz al perro que estaba al abalanzarse hacia ella:
-- “Corbata, estate quieto mijito que yo soy buena” --
Conchita lo mismo llamaba al perro por el nombre de “Canelo” que por el nombre de “Corbata” ¿Qué de donde habría sacado esos nombres? Ella no sabía del perro y los nervios le daban por llamar al perro por esos nombres indistintamente, con la idea de que este respondiese a su llamado; mientras más Conchita le hablaba al perro más se enfurecía, los nervios le dieron por establecer una conversación con aquel animal como si fuese una persona; Rolandito no aparecía, la situación era preocupante, hasta que una voz estruendosa, salida desde el interior del garaje de la casa se proyectó de forma paralizante, pronunciando un nombre: “Diablo”; era Rolandito que lo había oído ladrar desaforadamente y sin saber lo que ocurría había salido a ponerse al tanto de la situación en sus alrededores, pero ¿Diablo? Se preguntó ella cuando oyó el nombre, ciertamente si este perro se llama Diablo estoy perdida, ¡Ay Dios mío! Pero ya Rolandito lo llamó, ya debe estar al retirarse en su búsqueda y dejarme tranquila.
Aquel perro de momento se había detenido, pero corto tiempo solamente, Conchita lo miraba y le decía: -- “Diablito no me muerdas que yo no te he hecho daño” -- pero lejos de hacerse eco de las suplicas de Conchita, “Diablo” se crispaba con oír la voz de Conchita; evidentemente Conchita le había invadido su territorio y los perros machos eran muy celosos de su territorio, por eso lo marcaban orinando en los límites; la situación llegó a un límite en que su cercanía a ella era tal que, con sólo estirar el hocico la podía morder. Diablo era un perro Doberman crecidito, téngase en cuenta que los perros Doberman son el resultado de cruces de razas hecho por un señor alemán en la segunda mitad del siglo XIX, cuyo apellido era precisamente ése (Karl Friedrich Louis Doberman), quien siendo vigilante nocturno, comenzó a cruzar razas de perros buscando un perro fiero, ágil y fuerte, el cual logró cruzando un pastor “Turingia” con un Rottweiler, y continuando los cruces hasta con galgos ingleses, etc, logrando llegar a lo que buscaba, de manera que Conchita estaba enfrentando un perro muy peligroso, pudiéramos decir que fabricado para atrapar y destrozar a su presa. En la realidad Conchita nunca supo estos detalles sobre el perro con que se estuvo enfrentando; yo considero que si ella lo hubiese sabido entonces si hubiera caído al piso desmayada, o “Diablo” no la hubiese podido atrapar porque “estaría todavía resbalando por el piso”, jjjj.
Ella se dio cuenta que aquel perro no tenia buenas intenciones con ella para nada, a la vez estaba clara que nada más podía hacer que, pedirle a Dios, fue en esos instantes de soliloquio en que, ella pedía a Dios su salvación en que Rolandito apareció, se colocó entre el perro y ella, ordenándole con decisión y en voz grave y bien alta: -- “Diablo”, échate tranquilo --, de la misma manera se dirigió a Conchita y en con el mismo tono y volumen le ordenó que se callase, explicándole que él no se llamaba Corbata ni Canelo, y que aunque le dijese su nombre, el perro no respondería a ella. “Diablo”, aún, no muy convencido dejó de ladrar y se retiró dos metros atrás, pero cabeceaba y la miraba con deseos de morderla.
Conchita lloraba y pedía que la sacasen del jardín, estaba muy nerviosa, quería verse fuera del alcance de aquella fiera que la había amenazado peligrosamente y cuyo nombre ella desconocía hasta el momento, Rolandito la condujo hasta la salida, una de las vecinas llamada Gema, más conocida por “La Revolcá”, la cogió de brazos y la llevó a su casa. ¿Que no sabría “La Revolcá” de esos asuntos de perros saliéndole de pronto a las personas? A ella sí que no había quien le hiciera cuentos de esos, ella se las vió negra con “Caramelo” el perro de “Pepe el Brujo”, lo que sucede que ya ha pasado el tiempo de aquel desenlace, pero “Caramelo le salió de pronto y la revolcó toda por el piso, y valga “Riquinbili” el curda que estaba cerca y se fajó con “Caramelo”, tiempo suficiente para que “La Revolcá” saliese corriendo para su casa y cerrara la puerta, ella sí, ella tenía ese otro nombre por lo que le había pasado, de ahí fue que la comenzaron a conocer por “La Revolcá”, y lógicamente, ella sentía lo que le estaba pasando a Conchita como si fuese a ella misma, porque sabía lo que sentía una persona cuando le sucedía algo de esa índole.
Rolandito después de encerrar a “Diablo”, había ido en su búsqueda, los vecinos de los alrededores que habían acudido se preguntaban ¿Qué habría pasado?
Gema le había dado agua a tomar y le había puesto a hacer al fogón un cocimiento de tilo, Rolandito al llegar le preguntó si el perro le había mordido o le había hecho algún daño, pero por suerte nada de eso había ocurrido.
“Masca Lengua” al enterarse de lo ocurrido se había personado en casa de “La Revolcá”, y como acostumbraba, se dedicó a burlarse de Conchita, acusándole de culpable, por haber entrado al jardín de la casa de Rolandito sin pedir permiso, cosa que era cierta, pero entre ellos había confianza suficiente para eso, sin embargo a “La Revolcá” no le gustaba que se burlaran de las personas, y le pidió a “Masca Lengua” que se marchase, casi lo bota de la casa, no obstante lo desatinado del “Masca”, entre burlas y jaranas le había dicho algo a Conchita que se puede catalogar como medular: -- “Ese perro, desde luego te partió arriba por haber entrado a su dominio, y se enfurecía porque tu le hablabas y él no te reconocía, para él tú eras una intrusa, debías quedarte quieta sin hablarle, tratando de protegerte con algo, de su posible ataque”. --
Conchita parecía estar oyendo lo que cada uno le decía, comenzó a tomar el tilo cuando “La Revolcá” se lo sirvió y en realidad no hacía caso de lo que se hablaba, en su mente sólo estaba el pensamiento de no ver un perro más delante de ella, llamarese Canelo, Corbata, o Gendarme, el nombre no era lo que le interesaba, sino el miedo que se había incubado en ella para con los perros, a partir de ese momento si que ella no se acercaría más a un perro por muy pequeño y noble o, recomendado que fuese.
Cuando se levantó del asiento en la casa de Isabel, le dijo a todos los que allí estaban: “Perros a diez kilómetros de donde yo esté, estoy viva de milagro”.
A partir de entonces, Conchita no podía ver un perro cerca de ella, era algo así como “Perro fobia”. Pero a partir de entonces todos en “Tres Claveles” se cuidaban de llamar a los perros por su nombre, porque de esa manera se iban haciendo más familiar con ellos, y porque de lo contrario podían embravecer a estos animalitos.
Cuando vean a Conchita, no le hablen de perros y tendrán una buena amiga.
No entren a territorios ajenos, sin el consentimiento y presencia de los dueños, porque pueden existir perros, aún sin existir carteles, y evitarán un desenlace fatal.
No traten a los perros como si fuesen personas en una situación como esa, porque ellos son animales en desenfreno cuando estas cosas suceden, trate de tomar la puerta por donde entro y prepárese para defenderse enrollando su blusa o camisa en uno de sus brazos, el cual extenderá hacia el perro cuando este lo trate de morder, y sobre todo no lo golpee porque se enfurecerá más.
Esta historia se terminó con muchas moralejas.
Muchas Gracias.
CUENTO
VENTURAS Y DESVENTURAS DE UN GUAJIRO EN LA CAPITAL-I
PRIMERA EDICION-JUNIO-2020
POR CARLOS RENE CABADILLA DIAZ.
23/06/2020.
Después de haber tenido que devolver un cuarto prestado en La Habana Vieja por necesidades del dueño, Tomás se había acostumbrado a dormir donde le cogiera la noche los fines de semana, aquella situación presentada tenía “cara de perro de pelea” para un joven como el, quedarse en la escuela sin salir de pase los fines de semana no era vida, y entrando y saliendo a la escuela no era bien visto por la oficialidad que exigía que para entrar o salir había que hacerlo vestido de militar, todo conspiraba para un provinciano como él.
Terminaba el año 1968, finales del mes de noviembre una de esas noches frías, sábado, cerca del Club “Barbarán”, después de haberse divertido lo mucho en una fiesta con sus compañeros de aula, en una casa de familia de uno de ellos, el sueño lo vencía, su maltrecho reloj poljot de esos relojes rusos que eran buenos marcando la hora pero que le entraba el agua y se les descascaraban las cajas marcaban las 02:00hs, funcionaba la confronta de los ómnibus en La Habana y el lugar escogido para dormir esa noche era la funeraria “San José de Infanta”.
En realidad, Tomás era un individuo dichoso porque para dormir tenía para escoger, pero esa noche había determinado la funeraria, allí estaría más guarecido de la frialdad y le era relativamente más fácil llegar con una sóla ruta, dentro de la desgracia de la confronta era la mejor oferta.
Muchos que sabían de las andanzas de Tomas se preguntaban cómo era eso de dormir en una funeraria, sí, efectivamente, algo inusual, pero Tomás se había convertido en un adicto a estos lugares, funerarias, terminal de ómnibus locales del “Lido” en Marianao, muro del malecón habanero, y algún que otro pequeño parque de esos que abundaban en la ciudad, habían sido conformados por el en su lecho morfeano; en la ruta 38 que salía del “Lido” y llegaba a Artemisa, y hasta en el parque de la fraternidad en La Habana Vieja, Tomas deambulaba lo mismo una noche calurosa que una noche de invierno, para él, solo existía un fin, terminar el curso, graduarse y servirle a su país; suena patriótico, y hoy no puedo asegurar que lo fuese, pero de esa forma pensaba el, y no solo Tomás lo creía así, en esos años habían muchos Tomás y Tomazas. Eran otros tiempos, a la luz de la experiencia y de muchos sinsabores, ya, también existen muchos Tomas y Tomazas que no lo ven así.
Pero sigamos el hilo de lo que el mismo me relató:
Al fin tomo su ruta, casi vacía la guagua, inmediatamente que se sentó, se quedó dormido, pero los choferes no están para despertar a sus pasajeros y así viajó el corto tiempo de su travesía.
Sobre las 03:15hs, después de bajarse lejos y caminar más de dos kilómetros porque se había quedado dormido, pasándose de parada, frente al lugar se concentró en él mismo, no puedo decir que se presignó porque era ateo, varios pasos y ya se encontraba en la recepción, fue directamente a la pizarra donde debían estar los nombres de los muertos y en qué sala se encontraban, así como en la hora del entierro, fijó en su mente a uno de ellos como de rutina, pero en este caso su nombre lo recordaría para siempre: Edilberto Santos Hernández, estaba en la sala E, el entierro estaba previsto para las 09:30hs, caminó hasta la sala y miró de izquierda a derecha todo el local, tres veces, no habían muchas personas, más de la mitad estaba durmiendo, los demás conversaban en voz baja.
Casi todas las personas eran de la tercera edad, los sillones de madera y mimbre, cómodos y espaciosos, algunos vacíos, pensó en sentarse en uno de ellos ¿Qué hacer? pero algo le presagiaba mal, discretamente casi todos los presentes lo miraron, y oyó un comentario de una de las personas que confrontaba con la otra: “¿Será Silverio su hijo que debía llegar de España?”, no le gustó el ambiente allí, sentía como que una sugerencia del más allá le invitaba a irse de allí, algo como una voz que le decía: “vete a otro lado, puede haber problemas”, salió de la sala, camino de nuevo a la salida que era la entrada y se sentó en un sofá muy cómodo que estaba ubicado frente a la recepcionista, esta estaba con la cabeza recostada encima de la mesita, miro a la redonda y no había persona alguna, estaba muerto de sueño, fue cayendo suavemente en aquel sofá acolchonado y tapizado en vinil que parecía ser algo divino, se sentó en el mismo, el sueño era dominante, se fue resbalando ya casi dormido hasta quedar literalmente acostado, desplomado, como casi todos los que son presas del sueño, su cuerpo se fue relajando al máximo, dormía, dormía lo que se dice fuera de sí, comenzó a roncar suave, sin mucho ruido, y hasta soñó, soñó algo insólito para él: “estaba en una habitación del hotel “Habana Libre”, bien comido y bien bebido, con mucha comodidad, acostado en una enorme cama, satisfecho de haber hecho el amor con esa comodidad como hacía tiempo no lo lograba, y en su sueño se preguntaba: “¿Yo Tomas Menéndez en el Habana Libre con todas la de la ley?”, pero la respuesta a su pregunta no se la podría dar el mismo.
Morfeo ayuda pero no perdona, y lo tomó en sus brazos y lo apretujó hasta convertirlo en un campeón roncador, ahora roncaba fuerte, parecido a una planta diésel sin silenciador, eran hasta cómicos aquellos ronquidos, terminaban en un chiflido parecido al pito de una locomotora, de eso se enteró mucho después, años después cuando un día se encontró con la recepcionista; por supuesto que en uno de estos ronquidos se hubo de despertar la recepcionista, Tomás continuaba roncando mientras la recepcionista se peinaba y arreglaba su blusa, ella estaba completamente ajena al instante tan feliz que disfrutaba Tomás, más sus intenciones no eran para nada injerencistas, aquel muchacho le había despertado compasión, aún sin saber su estatus, ella era una de esas gentes que los cubanos clasifican como buenas personas.
No había concluido la recepcionista de arreglarse y una mujer flaca hasta más no poder, de unos dos metros de altura entraba al salón a toda velocidad con un balde en una mano, escoba y trapeador en la otra, directico a donde el sofá, dos palmadas fuertes en el hombro, nada, dos más fuertes aún, nada, lo agarró y lo sacudió, y a duras penas lograba Tomás despertaba de aquel embeleso, medio dormido, no atinaba.
¿Qué hace usted ahí? Le pregunto ella, el, la miró, miró a la recepcionista, balbuceo en voz muy baja, casi en su pensamiento: “Mira que esto tiene que ver, la recepcionista no me dice nada y esta flaca que así es de flaca es de malos sentimientos, viene a despertarme y a interrogarme”.
Responda lo que le pregunto, decía la flaca, señora, estoy velando a un conocido.
¿A un conocido? ¿Quién es? la miró como el que mira y sólo ve por intervalos una nube borrascosa, se sentó, rememoró, y sin haber vuelto en sí totalmente le dijo: “Edilberto”, Aaah ¿Edilberto Santos Hernández? Calculó mal, a ese lo enterraron ayer en la tarde y a alguien aquí se le olvidó quitar el nombre de la pizarra.
Cuando Tomas me relataba todo esto sentía una mezcla de tristeza con humor, y meditaba sobre los trabajos que se pasaban en La Habana de aquellos años, todo el país iba a estudiar a La Habana, todas las carreras, o casi todas las de humanidades eran allí, eso cambio después, y la carrera de Tomás era militar y estaba obligado, como se dice, “A Carabina” a estudiarla en La Habana.
Tomás se incorporó completamente de aquel sofá, camino tres pasos, se arregló la ropa, no podía discurrir mucho, estaba como anonadado, tampoco debía explicación a la limpia pisos, ni a otra persona cualquiera, de todas formas él no había cometido delito alguno y allí estaba muy claro que no debía regresar más, volvió la mirada y miro casi sin ver a aquella mujer que le había interrumpido algo muy lindo, una señal de saludo militar y se adelantó caminando a la calle; sentía una mezcla de pena con sueño, caminó rumbo a la avenida Carlos Tercero, y al llegar a la esquina de Carlos Tercero e Infanta, dobló caminando rumbo a La Habana Vieja, poco a poco iba recobrando el sentido, y a la vez iba perdiendo el sueño; no sólo había perdido el sueño, sino que ya no podría utilizar más aquella guarida que tanto le había permitido soñar.
Muchas gracias.
CUENTO
“EL AMOR SOBRE RUEDAS”
PRIMERA EDICION-MAYO-2019
POR CARLOS RENE CABADILLA DIAZ.
12/05/19.
Había amanecido hacía apenas dos horas, el reloj de Leoncio marcaba las 08:30hs después de haberse preparado los dos, Lidia su esposa y él, se disponían a salir para realizar algunas diligencias en el poblado de Santa Marta, antes un reparto del balneario de Varadero, pero en el batey “Dos Rosas”, donde se encontraban y vivían ambos, el transporte más frecuente y casi el único a esa hora eran los coches de caballos. Salieron de su casa muy bien vestidos, con un bolso cada uno, al pasar el jardín de su casa, a un metro de la calle, un cedro de unos 5 años semejaba un enorme paraguas que proyectaba sobre el césped un amplio círculo de sombra; en Cuba desde que amanece sale el sol y comienza a quemar con intensidad cual enorme soplete aplicado a la superficie terrestre, de manera que, aunque aquel cedro no era la piquera de los coches, la señora Lidia le sugirió al señor Leoncio esperar allí por algún coche que pasara con capacidad.
Pocos minutos después asomó en la curva un coche con muy buena apariencia, con un caballo de buenas condiciones y buen brío, con una carrocería pintada como nueva, sus asientos desde lejos se veían pintados de un rojo bermellón brillante, parecía lo mejor que pudiese pasar por allí; el señor Leoncio le hizo señas para que se detuviera, este se detuvo cerca de ellos, montaron y se sentaron de inmediato, pero la señora sintió humedad en las asentaderas, miro a Leoncio con la idea de decirle que se había mojado, pero en ese momento el señor se había incorporado de su asiento y se tambaleaba encima de la plancha del piso del coche porque él también había sentido la humedad, se viro dando la espalda a Lidia para que esta lo examinara, ella lo observo y en la región glútea tenía el pantalón manchado con unos chispazos de fango con excrementos, el olor identificaba la composición de aquel embadurne; cuando la miró como preguntándole, la cara de ella irradiaba desdicha, era suficiente para ambos.
Leoncio, un señor de unos 63 años, de un metro y 70 centímetros de estatura, más bien hecho a la antigua y de un carácter cuya reciedumbre reflejaba en su rostro como que inspirando sino miedo, respeto, dijo en alta voz con un sonido grave que provocaba el eco al chocar una onda con la otra: “están sucios y mojados los asientos …”, a pesar, quien debió oírlo no podía hacerlo, pero la señora Lidia algo temerosa lo miró como suplicándole que no continuara protestando, él, a pesar de su grado de inconformidad se contuvo.
Lidia una señora al parecer cinco años menor que Leoncio, de estatura mediana de agradable figura y carácter afable siempre se había caracterizado por ser ese tipo de persona que rehuía a las discusiones y encuentros desagradables; para ella, eso no era problema, siempre en esos casos repetía lo que su abuela le recalcaba de niña: “más se perdió en la guerra”
Solamente ellos dos en el coche más el cochero, un muchacho de unos 23 años que sólo atinaba a arrear la bestia, “algo más civilizado que el caballo”, con un par de audífonos en sus orejas que al parecer le llevaban una música embriagadora a su gusto, se mostraba bien entretenido, completamente desentendido del estado de limpieza de su transporte, y menos aún podía haber oído la protesta de Leoncio.
Leoncio no quería sentarse, pero su situación era peligrosa con los brincos que daba aquella plancha, su señora que bien conocía de su carácter, y temía además de que cayera al piso en uno de esos trechonazos que pudieran ocurrir por lo malo de la vía y el corcoveo exagerado, obligado y continuo, le aconsejo que se sentara y se tranquilizara, sin embargo, no había cosa que le fastidiara más a este hombre que una situación de este tipo donde el no pudiese aunque tan sólo fuese expresar su inconformidad; ella lo llamo para su lado, “siéntate aquí”, le dijo, al fin se sentó, le comento al oído, “tu no vas a arreglar el mundo, no vez que es un problema de educación, ese muchacho no le interesa lo que está sucediendo, su problema es cargar el coche y ganar dinero aunque el servicio sea pésimo”; Leoncio estaba trancado, no podía entender que la educación se fuese deteriorando a la velocidad que lo estaba percibiendo, cada vez que salía a la calle chocaba con algo peor. Para agudizar aún más la situación se agregaba la no existencia de otro transporte a esa hora en ese lugar.
En la cabeza de Leoncio se revolcaban las ideas, e iba de lo general a lo particular, preguntándose, en el supuesto caso de aceptar lo que Lidia le aconsejaba ¿A dónde vamos a ir con esta ropa sucia y apestosa? El objetivo final de su salida con Lidia.
En su meditabunda situación, Leoncio comenzó a mirar fijo al centro del espaldar del cochero, le llamo la atención un cartelito puesto allí con letras al parecer hechas y pintadas por un buen rotulista que decían: “En este coche, el amor va sobre ruedas”, y debajo “valor del pasaje: $5.00 cup”, después de leer aquello, él no podía creer lo que sus ojos captaban ¿Cómo era posible tanto cinismo o tanta falta de responsabilidad? ¿A dónde iríamos a llegar con ese estado de cosas? Se preguntaba para sí. Lidia conociéndolo no dejaba de mirarlo, le conversaba al oído, le hablaba de lo que debían hacer en esa salida, y hasta lo había invitado a almorzar en uno de los mejores restaurantes de Santa Marta, todo para que Leoncio olvidara, o al menos perdonara.
Después que volvió a su estado de razón, toco con el codo a Lidia y la convido a leer aquello, ella no tuvo más que echarse a reír, Leoncio algo calmado, le susurró al oído: “Si ahora a los excrementos de estos animales le llaman amor, estaría de acuerdo en que iba sobre ruedas”.
Se acercaban ya a su destino final, durante el camino el cochero no había tenido la dicha de recoger más pasajes, el señor Leoncio saco su cartera para pagarle, le toco por el hombro, el cochero no se inmuto, le tendió la mano hacia atrás y recogió el dinero que le estaban pagando, Lidia, al ver lo que continuaba pasando y tratando de evitar que su esposo explotase y terminara haciendo catarsis, le dijo en voz alta al muchacho: “déjeme en la próxima esquina”, señalándole a la vez con su dedo índice el lugar donde debían bajarse, el muchacho los miró, Leoncio tuvo idea de decirle lo que se merecía, pero Lidia le toco el brazo en señal de desacuerdo, aquel muchacho casi un niño todavía, ajeno por completo a lo que había ocasionado su descuido y su falta de educación, les pregunto a ambos que como habían hecho el viaje, que si se habían sentido bien, etc. etc, Leoncio miraba hacia abajo, Lidia le respondió: “todo normal”.
Ya a punto de parar para que se bajaran, le dijo: “yo no sé porque hay gente que no quieren montar en mi coche, usted vio como yo di este viaje sólo con ustedes, habiendo personas a la orilla de la calle”. Entonces Leoncio no se pudo contener y le respondió: “ponte a pensar porque es eso, hazte un autoexamen y veras mejor las cosas, el amor no va sobre ruedas, sólo porque usted lo diga”.
Paro el coche y se bajaron, el asunto era a partir de ese momento, como resolverían la limpieza de la ropa, Leoncio convido a Lidia para ir a casa de uno de sus amigos que vivía cerca de donde se bajaron, allí podían entrar al baño y lavar con agua y jabón los lugares sucios y darle un secado con la secadora de pelo, así lo hicieron.
Había quedado en claro para este matrimonio que, para montar en esos coches de caballos, arreados por personas sin ningún tipo de preparación y de cuidado para este oficio, debía hacerse con ropa de trabajo de campo, llevándose la ropa para pasear en un maletín para cambiarse posteriormente, así hacían “la gente de trillos y guardarrayas” cuando salían de sus casas a caballo y dejaban el animal cerca de la carretera para coger el ómnibus que los conduciría al pueblo.
Así fue como este matrimonio de personas mayores pudo sobreponerse a los embates de los pequeños mundos que no logran conformar el inmenso mundo mejor.
Muchas Gracias.
CUENTO
BENITO EL DE “OLIMPO”.
PRIMERA EDICION-FEBRERO-2017
POR CARLOS RENE CABADILLA DIAZ.
09/02/2017.
No, no me hagan reír, no estoy hablando de la antigüedad, les voy a hablar de un batey en Cuba que se llama “El Olimpo”, y de Benito.
Déjenme explicar, yo sé que no saben quién es Benito, ahora les cuento.
Benito es un campesino cubano, un guajiro como más se conoce por acá, pero por acá se sabe también que no hay sobre nombre a los que no se le busque apodo o lo que es lo mismo un sobresobre nombre, “Guájaros” les apodan a los guajiros que ya de hecho es un sobrenombre de los campesinos. De manera que Benito no iba a escapar de este lenguaje ramplón pero generalizado.
Yo sé que estarán pensando que a qué viene eso de hablar del tal Benito ese, pero no me puedo quedar con lo que ya se dé un andante como este; me parecería egoísta de mi parte, porque me doy cuenta que se van a entretener y hasta se van a reír, porque mira que este señor tiene cosas, lo que se dice cosas.
Miren ustedes las cosas de esta vida, después de los 35 años, dicen allá que se cambió el nombre, no me pierdan el hilo de lo que les estoy diciendo, me refiero a que se cambió el nombre de Benito, lo de Guajaro no se lo quitan ni quitándoselo.
¿Qué cómo es eso? ¿Qué cómo después de tantos años se cambió su nombre? Yooo, no, no soy yo el que lo dice, el que lo dice es el mejor amigo de Benito, “Cucho”, háblese de Benito y se tendrá que mencionar a “Cucho”. Todo esto que les estoy narrando me lo puso en conocimiento a mi “Cucho”, y con punto y comas como el me lo dijo se los voy a hacer saber a ustedes.
En realidad, no fue tan así, la verdad es que Benito se enfermó de una encefalomielitis equina y salió con vida, pero quedo sordo, y si usted no lo sabe, si se queda sordo en Cuba, de pronto pierde su nombre, con el que lo inscribieron, y comienzan a llamarle “El Sordo”, pocas personas lo llaman por su nombre, porque en definitiva el afectado no oye.
Benito “el sordo” es montero, bueno no sólo montero, el es multi oficio allí en las labores del campo, eso me comentaba “Cucho”.
Decía “Cucho”: “Él sordo no es un Guájaro cualquiera, e un tipo como no he visto por ningún campo de esto, de que se le zumba, se le zumba, eso se lo digo yo, “Cucho Ramírez”, y mi palabra es una escritura, no hay una sola ve que me entropiece con él, que no me enseñe algo nuevo, un personajete de eso que dicen por ahí”.
¿Quién dice que Benito tenga que llevar un caballo a herrar? No se lo van a creer, aunque lo diga quien lo diga, el mismo les pone herraduras a sus caballos y si usted le cae bien se las pone a usted, claro, me refiero a su caballo ¿Quién dice que “el sordo” busca quien le are la tierra? ¿Qué un tractor? Nada de eso, él tiene dos bueyes entrenaos, la mejor yunta de bueyes de la república de Cuba, “se lo digo yo que los he visto revolcando la tierra”; me comentaba Cucho, “esas bestias hablan con Benito”, proseguía, “él le dice: Coge el trillo “coronel”, y “coronel” mira pa su pareja y lo do cogen trillo sin chistar, él le dice: “Quieto “Haragán”, y “Haragán” para y hala de “Coronel”, y lo dos caen clavaos como estaca, y ni el rabo mueven, ellos saben, ellos no son bobos, El Sordo namá tiene que mirarlos, o mirar a uno de ello, y es como si mirara lo do, uno se lo dice alotro, nunca a usao el aguijón, nunca, él dice que a los animales se le da trabajo, no maltrato, y también dice que se le da comía y descanso”.
¿En el monte? En el monte sí que “El Sordo” es único, los guajiros de la zona cuando lo ven se dicen unos a los otros: “Alla va el Guajaro”, es como decir: “Hoy no hay problemas en el monte”, les repito, todo lo sé por “Cucho”.
Por mucho que yo les diga, nunca va a ser como cuando “Cucho” habla, yo le grave a “Cucho” todo lo que decía y se los voy a relatar como si fuera el mismo quien se los estuviera contando, es mejor como que se los diga el a como que se los diga yo, aunque les prometí que sería con punto y coma, allá va como me lo recitó “Cucho”:
“Laica” y “Tolomeo”, son su mejores perros, usted no me va a creer, habla con ellos como si fueran sus hijo y aquello perro hacen lo que él le mande, “El Sordo” siempre ha dicho: “estos son mis mejores trabajadore, toitico lo que le digo lo entienden y lo hacen, namá tengo que dar unos griticos, creo eso, porque yo hablo y no me oigo, pero “Cucho” dice que grito mucho, claro que “Cucho” piensa en que grito y en realidad no grito de a porque sí, grito porque busco oírme sin yo mismo darme cuenta”.
La semana pasá lo acompañé al monte, y quien le dice a usté que allá adentro esos perros eran verdadero maestros en descubrir las bestias, “Trae”, decía gritando Benito, y salían aquellos dos perro y venían con una vaca, o dos, o tres, o cuatro, no, ya, esta bueno con cuatro vacas, con cuatro vaca ya se entiende, porque si le sigo contando vaca que traían los perro, usté no me lo va a creer.
Cuando salíamo al limpio, a los potreros, gritaba “Tapa”, mira tú, “Tapa”, la primera vez que la escuché me dije: “El Sordo se está volviendo loco”, pero lo vi, y lo que había que verlo pa creerlo.
Cucha, tu sabe ¿Por qué dice tapa? Pa que los perros le tapen los huecos de la cerca, sí, que se les pongan donde hay hueco y las reses se puedan escapar, y ni una vaca se le va.
Yo sé que la gente está pensando que Benito fue un hombre “leío y escribío” como decimos los guajiros de los letrado, porque eso de ponerle el nombre de “Tolomeo” a uno de sus perro es cosa de gente que sabe, pero no, lo que se dice “leío y escribío” no lo es, yo sí creo que es un sordo muy sabio, y lo creo debido a que la sabiduría es una cosa y el ser “leío y escribío” otra, la sabiduría se la ha dao la vida bien aprovechá; pero bueno “vamo al grano: “Tolomeo”, “El Sordo” me confesó que ese nombre él se lo puso porque ese perro él lo tenía desde chiquitico, lo había criao en la casa, y macho al fin, se meaba en cuanta pata de taburete hallaba en la casa, figúrense el resto: To lo meaba, To, lo meo.
Nunca habíase visto un sordo de la semejanza de Benito, nunca, estábamo parao en medio de aquel cayo e monte, creo que era en “Cayo Jutia Conga”, y yo sentía un ruido, ruuu, ruuu, ruuu, allá muy leeejos, como cuando tu oye algo pero no lo oye, enredao, ¿Tú me entiende? Y si enredao es pa mi decir que oía pero que no oía, imagínase pa Benito, y quien te dice que se voltea con un deo puesto en la boca haciéndome así, mira, tu sabe, como que me callara la boca, y con otro deo de la otra mano apuntando pa el Sur oreste, y me pregunta: ¿No oye? Habrase visto sordo éste, me dije ¿Cómo es posible que esté oyendo lo que yo casi no oigo? Y lo má difícil, que sabe por dónde viene el ruido”.
“¿Qué si qué? Como te lo estoy palabreando, se viró pa “Laika” y “Tolomeo”, y con la misma le dijo: “Trae”; si sordo que oye es Benito, perros que saben son “Laica” y “Tolomeo”, salieron como sale un tiro de wínchester, pa´llá, pal lugar que le señaló ¿No me quiere creer? Espera ¿Qué tu cree que hicieron los perros? En 7 minutos, namá, y por la punta del Sur oreste aparecieron con tres rese, na que donde este sordo pone la cabeza siente como si tuviera una buena oreja, y que cuando estos perros lo oyen hablar es como si el mismitico Dios lo estuviera jalando pa donde tienen que ir”.
Too hasta aquí es Benito y yo a pie, con “Aluvión” y “Antena” es otra cosa, él en “Aluvión” y yo en “Antena”, su caballo es como decirte el hijo de Estanislao, que dicen que es un cerebro, “Antena” no tanto, ella no se empareja en eso con “Aluvión”, cuando Benito sale con “Aluvión” y me presta a “Antena”, la cosa es distinta, ese caballo de Benito lo sabe y lo hace too, y vuela, lo mismo por camino que por el monte ¡Qué clase de brío! y ¡Qué clase de sabiduría la de ese caballo!
El día que salimos los dos junto, que él me llevo al “Entronque del venao”, no nos bajamos de las bestias, allí pasamos unos diez minutos, cuando “Aluvión comenzó a caminar despacio, con un paso envidiable, con estilo, como un caballo de exploración militar, y yo encima de “Antena” miraba aquello y no lo quería creer ¿Qué estará pasando que este caballo ha comenzao esa marcha tan linda, despacita y silenciosa y Benito no le dice “ni pío”, cuando vengo a ver “Antena” se estaba moviendo igual, miro pa “el sordo”, y de igual forma, se voltea con un deo puesto en la boca haciéndome así, que me callara la boca, y con otro deo de la otra mano apuntando pa donde iba “Aluvión” ¿Qué cree que estaba pasando? Un venao, un Venao que era lo más lindo en animal, un venao señor, quiero decirte de mucho año, con una instalación de tarro en aquella cabeza que parecía un puesto de antena militar; apareció un ratico después, era como si “Aluvión” los oliera ¿Benito, quien sintió el venao, “Aluvión” o tu? Le pregunté, los dos, me respondió, lo máximo, nunca había visto cosa igual.
¿Qué hicimos con el venao? Lo contemplamos y lo dejamos ir, yo lo quería matar, en si no al venao, sino a al sordo por dejarlo ir, claro de no dejarlo ir había que matarlo, pero no, Benito es de ese tipo de gente que dice que los animales, toos, venao, jutias, pajaritos, toos los que estén en aquellos monte donde él se hizo Benito, son del, y ni los mata ni los encierra, los tiene libre pa que se sientan contentos con él, mira qué clase de idea, yo al principio no lo entendía bien, pero ya lo entiendo y tengo que quitarme el sombrero cuando lo veo venil.
A la verdad que, si le sigo contando de Benito, no tendría pa cuando terminar, pero no puedo quedarme callao tampoco con lo de los gallos finos, en Cuba, el “Guajaro” que no pelea gallos no es un real “Guajaro” ¿Dime algo? ¿Y cómo se la arreglaba Benito, sordo y animalista pa pelear gallos? ¿O no era Benito un real “Guajaro”? Si que lo era, y peleaba gallos, los mejores gallos de toa la zona eran del, si, del, el los criaba.
Lo vide varias veces, pero la primera vez lo vi en aquella vaya improvisá detrá del guayabal de Desiderio, la gente se fajaba, uno que no pagaban y otro que hacían trampas y se tapaban en las peleas ¿Y Benito? Ni semejanza, los gallos de Benito peleaban con los gallos de Benito ¿Qué cómo es eso? Ahora te explico.
Resulta que Benito era un criador de gallos má fino que su mismitico gallos fino, los alimentaba bien y los mantenía sano con yerbas y beberajes, yema de huevo, maí seco, un gallo de Benito era lo má buscao desde Pinar hasta Oriente, no te miento, porque ademá los entrenaba como si fueran a la guerra. El los criaba y los preparaba, y en la valla los tiraba como boxeadore, uno del, con otro del, sin espuela afila, con espuela natural, se fajaban como los olímpico, sus peleas eran esperadas por toos, la gente le iba al gallo pinto contra el capirro, pero sabían que eran de Benito los dos, y Benito disfrutaba aquello ¿Sabe lo que me decía? Quieren ver sangre de estos infelices animalitos, y no la van a ver con los míos, yo no me llamo Julián, ni Gumercindo, ni Pirolo, yo soy Benito el sordo, y no permito que maten a los animalitos así pa disfrutal como dicen de una tal Roma hace mucho año.
Cuando creí que “Cucho” había terminado de contarme, le pregunté por las fiestas campesinas ¿Qué tú sabes Cucho, de Benito y las fiestas?
Déjame enterminar, yo lo que estoy cogiendo aire pa seguir, y prosiguió:
No ha habio Guajaro que se le haya podio parar al lado en eso de la canturía, da gusto oírlo y si es como aquella ve, aquella ve sí que le roncó el mango. Se para Benito con Gumercindo en una controversia, Benito sordo como tu sabe, y arranca Gumersindo:
*Oye Benito mi amigo, tu no sabes de canciones, oye Benito mi amigo tu no sabes de canciones, yo canto, tu no me oyes, estas sordo de remate, y por mucho que te esfuerces no me das por la cintura, sigue con tu caballo Aluvión, tus perros y tus venaos, porque en esta canturía no ganas ni pa mandaos.
¿Qué le respondió el sordo? Lo dejó sin hablar, lo que má me gusto fue que sin oírlo lo oyó y le respondió, ese sordo le salió como una salación, con ímpeto como dice el compadre Lucio, en fin, le partió pariva y lo dejó como el gallo de Nini, patas pariva en la valla, te lo voy a recital, me lo aprendí toitico, oye lo que le respondió:
*Gumersindo tu ere un muerto que camina por el trillo, Gumercindo tu ere un muerto que camina por el trillo, tú te cree que va cantando, que sabe de canturía, y por mucho que te esfuerces tu no gana la porfía*
*Si tu te quiere medil, conmigo que soy artista, si tú te quieres medil conmigo que soy artista, sal pal medio de la pista, salta, canta, baila y goza, que cuando llegue el concurso tu no estará en la lista*
Te lo aseguro yo, Cucho, que cuando termino la canturía, Gumersindo estaba blanco como la pare de su casa, miraba pal sordo y miraba pa mí, y con la misma bajaba la cabeza.
No se puede negar que Benito “El Sordo” era espectacular, sin rival, lo máximo ¡Qué clase de Guájaro!
Bueno, yo no sé si les gustó, y si quieren saber más de Benito el sordo, vayan allá al “Olimpo”, él vive con un hijo, ya está viejo, pero no cansado y le gusta contar de su vida, y si no dan con él, vean a “Cucho”.
Espero le haya gustado.
RELATO
FLECHADO POR LA RADIO.
PRIMERA EDICION-FEBRERO-2015
POR CARLOS RENE CABADILLA DIAZ.
09/02/2015.
Santico el músico de Jagüey Grande, sí, así mismo era conocido, aunque su nombre verdadero pocas personas lo sabían, habría que decir que Santico había tenido sus 15 en la música, sin dudas, estuvo considerado como una revelación en el arte musical en su pueblo; al pasar de unos cuantos años tenía semi resuelto el problema de las contrataciones musicales, sólo le faltaba solucionar lo de su compañía sentimental, aunque al decir verdad ya no era el de aquellos tiempos en que sus fanáticos lo seguían por todos los laberintos campestres de su zona y su fama local crecía sin detenerse, entrado en edad, con hijas y un matrimonio que había dejado atrás, su situación en asuntos de amoríos lo hacía sentir algo insatisfecho. Aquellos intentos realizados con Sobeida estuvieron a punto de hacerse realidad, una muchacha con la que otrora hubo de mantener un romance y recién se habían encontrado, pero la engañifa de invitarla al “cabaret bajo las estrellas” en Varadero, llevándola en cambio a la orilla del mar debajo de los árboles de uva caleta para que desde allí viese las estrellas, no había sido bien acogida por ella, y lejos de sentirse agasajada le trajo muy malos recuerdos de su corto tiempo de novios.
Santico no cejaba en su empeño de buscar una compañía amorosa y siendo un flechado por la radio no se perdía ni uno sólo de los mejores programas de Radio Rebelde, emisora de la radio cubana que lo estaba seduciendo con un programa que transmitía de noche, cuyo nombre era “Mi Media Naranja”, un programa facilitador en materia de completar parejas amorosas, en él se dan las características personales de “quienes aspiran a encontrar su otra mitad”, en sus transmisiones también se proporcionan los números telefónicos y direcciones de los mismos; a través del programa se presentan personas en un variado abanico de edades, gustos, sexo, condiciones de todo tipo, etc.
Una de esas noches en que oía dicho programa, había grabado los teléfonos, direcciones y sobre todo las características que daban varias de las mujeres que buscaban su media naranja, Leticia, Xiomara, y Andrea, eran las candidatas a escoger por él, así lo había decidido, eran mujeres entre 46 y 52 años, y los biotipos que daban eran a priori a su justa medida; se afilaba los dientes, como decimos en Cuba cuando alguien cree que va a resolver algo divinamente bueno en breve tiempo. Sólo quedaría realizar una correcta selección y ajustar el viaje a La Habana.
Entre las tres candidatas sus intenciones se dirigían a Leticia, sus características le eran afines, decía ser una mujer divertida, dulce y amorosa, y que le gustaba salir con su pareja, moverse de un confín a otro confín, sin embargo, a él le era imprescindible comprobar si ella continuaba buscando o ya había “completado la naranja”, de manera tal que pudiese seleccionar su Dulcinea antes de salir a su encuentro.
Al día siguiente a media mañana la llamó, al otro lado: “Hola, no me encuentro disponible en estos momentos, si desea dejar algún mensaje, hágalo a continuación …”, maldita contestadora, se dijo para sí, sin embargo la voz era delicada, tierna y sobre todo muy femenina, claro la voz de la contestadora podía ser la de cualquiera pero en la mente de Santico, con rapidez, ya rondaba la idea de que la grabación de la contestadora pudiese haberla hecho ella misma con su voz; de no ser así, valía de todas formas; era su deseada, pero tendría que hablar con ella, en persona, oírla, más bien escucharla, para después salir para La Habana.
Su cabeza era un torbellino, ¡oh el amor! No importa si Sócrates con sus pensamientos del alma buena o mala y el amor o su discípulo Platón como padre del amor que tanto disfruto, a fin de cuentas, el amor se siente y se saborea aun cuando provenga de un alma desastrada, déjenme ser como soy.
En orden de gustos para él le seguía Xiomara, ella también tenía características con probable ajustes a su persona, pero él era insistente por antonomasia y todos sus esfuerzos los continuaba dirigiendo a “su Leticia”, sentía que ella era su media naranja, decía a su amigo de años “Pupi Coca Cola”: “Leticia es el medicamento que me recomendó el doctor”, “la llamaré más tarde”, se dijo, así lo hizo, sin embargo todo conspiraría en su contra, muy lejos estaba de imaginar lo que vendría; más tarde timbró y logró comunicar: ¿Es usted Leticia? La misma (por respuesta), seguramente usted no se imaginó que su otra mitad la llamaría para completar la felicidad de este día y talvez de toda su vida, le dijo; un impase donde sólo los pensamientos podían debutar, interrumpió él, ¿Me escucha? No tengo vida con las comunicaciones (se decía en alta voz), hasta que se oyó la voz de ella, su respuesta cayó como una centella, destruyendo toda aquella quijotesca quimera de Santico, fue frustrante cuando al otro lado escucho las palabras de “su Leticia”, le comenzaba a hablar, aunque la escuchaba alto y claro el mensaje era invasivo a sus oídos: “señor ya soy una naranja completa, mi media naranja me ha venido como anillo al dedo, y siento pena por usted, pero continúe en sus esfuerzos, que usted vera que lo que busca puede aparecer en cualquier momento”.
Sintió escalofríos, el corazón perdió el ritmo, soltó el teléfono sin despedirse, lo que acababa de acontecer era mucho para él, era como lo que sentía uno cuando niño antojado de un juguete que no llegaba a sus manos, en segundos pasaron cientos de ideas por su cabeza, llego a pensar que había perdido el amor de su vida y no la conocía aún, nunca la había visto en persona, nunca la había tenido frente a él, pero la ilusión amorosa era algo grande para él, algo tan grande que quizás esas ilusiones eran las que lo mantenían en pie y luchando por los amores a la edad de 55 años, era como un gato enamorado, Santico era muy pasional. Leticia, era de esas mujeres que le llegan a uno sin saberla (le decía a su madre), su mamá muy vieja pero muy clara de mente sonreía. Para su mente, me refiero a Santico, Leticia se le aparecía como una mujer muy dulce, muy indulgente, de esas cuya belleza y femineidad anunciaba no sólo sensualidad, sino que también le despertaba el sexo al más apático, muy a su gusto; el hecho del imposible lo había destrozado; Mabel su madre, se dio cuenta que el problema estaba siendo inusual y le platicó, lo convenció de que tenía que salir de aquel embeleso y continuar adelante.
Aunque el continuaba culpándose por no haberla llamado mucho antes, sabía que le quedaban más oportunidades y que si no actuaba con rapidez podía ocurrirle lo mismo.
Al siguiente día se repuso de aquel “holocausto” existencial, y llamándose a capítulo se miró frente al espejo, y se dijo: “voy por Xiomara”, esta vez no puedo fallar, sino tendré que ir a La Habana a la emisora de radio y ajustar con ellos, para que me avisen inmediatamente de estas mujeres.
Salió al centro telefónico de su pueblo, y entró en una de sus cabinas, se presignó, marco el número de Xiomara, una voz casi de niña se escuchó del otro lado: “oigo, Xiomara Verdecía por acá”, Santico estaba como nervioso pero rápidamente reaccionó, “Mi cielito, ¿Sabes quién te habla?”, ella le respondió: “ay no, que pena, pero no me doy cuenta”, “Tu media naranja”, le dijo, inmediatamente se sintió la risa de Xiomara, “que cosas tienes tú, muchacho”, le dijo ella, entonces él le pregunto ¿Estas vacante aún?, al otro lado la respuesta que le haría feliz por unos días: “si mi chino”, “Ya puedo respirar mi cielito, porque tú eres lo que yo buscaba y al fin acabo de encontrar” le dijo él, a propósito, continuó Santico, ¿Cómo sabes que me dicen Chino? La risa de Xiomara era mucho más tentadora, una doncella en todos los sentidos, pensó, ella le aclaró, no nos conocemos, no sabía que te decían chino, te dije así para que te sintieras en confianza, de todas formas, sin prisa, tengo varios pretendientes, creo tú haces el 12, nos ponemos de acuerdo, nos vemos, platicamos y decidimos.
De momento Santico se sintió despreciado, pero entendió que, tanto para ella como para él, eran necesarios esos “procedimientos”.
Conversaron amenamente, cuando se conversa con una persona agradable, el tiempo pasa y como que no queremos que termine nunca; a decir verdad él había comenzado la conversación bajo los efectos de la resaca que le había dejado la pérdida de su Leticia, llegando al teléfono como hipnotizado, pero la voz de Xiomara era como la voz de una muchachita de 20 años, y por efecto telefónico la hacía más interesante aún, no podía negar que Xiomara lo estaba sacando de aquel idilio con Leticia, cada minuto de conversación con ella se fue convirtiendo en una incitación que le inducía a una nueva aventura amorosa; cada uno le dio al otro sus características, Xiomara al oído de Santico le creaba una imagen tentadora, y a la vez, ella sentía que aquel hombre que la llamaba le haría perder todos aquellos complejos que desde sus quinces había estado padeciendo “por la falta de visión de los que le rodeaban”, ella se decía a si misma: “parece ser que definitivamente Santico será mi media naranja, dentro de poco seré “una naranja completa”, “uno nunca sabe donde aparece el verdadero amor, y parece ser éste”. La felicidad los estaba flechando, los dos tendrían que agradecer aquel inolvidable contacto telefónico al programa de la emisora cubana de radio; acordaron el encuentro, seria en el parqueo de La Liga contra la ceguera en Marianao, ciudad de La Habana, ella vivía muy cerca del lugar, se pusieron de acuerdo en la vestimenta, y en otros detalles, la cita quedaba ajustada para dentro de dos días a las 11:00hs.
Le quedaba a Santico la posibilidad con Andrea, pero después de lo de Leticia, pensaba, lo mejor sería contactar a Xiomara y no andar con más devaneos, distraerme pudiera resultar fatal; saldría para La Habana de acuerdo a lo concertado y al no contemplar a Andrea, tendría que jugárselo todo a esa carta, así lo decidió.
Llegó el día viernes, se levantó mucho antes de su costumbre, comenzaba el mes de abril, primavera, estación del año no muy definida en Cuba, pero al no hacer calor sofocante permite conservar la limpieza corporal por más tiempo, se acicaló, recogió lo mínimo necesario y salió temprano en su moto, una Jagua-3 y medio, de las mejores que ruedan en Cuba, parecía un jinete del apocalipsis montado en el caballo blanco, era el mismísimo triunfo, así se lo creyó, allá iba más que por carretera surcando el espacio bajo los efectos de un nuevo encantamiento, bien vestido con un pantalón esport, de tela fuerte y color verde intenso, una camisa de cuatro bolsillos, con charreteras de color azul turquesa, sus espejuelos para el sol y una mochila pequeña con su aseo personal más una muda y media de ropa, además de la ropa interior, Santico vestía tal como había conveniado con Xiomara, allá en el lugar acordado lo esperaría ella con una vestido estampado en colores naranjas, todo estaba definido, ni “Lilí” el bobo de su pueblo se hubiese confundido, “Alea jacta est” (la suerte estaba lanzada), tal vez, en esta ocasión pudiese salir compensado y Leticia quedaría como un pasaje anecdótico y museable en lo que habría de ser la historia de sus amores. Dos horas después vendría el desenlace.
Eran ya las 10:00hs cuando Santico se encarrilaba en la circunvalación dejando atrás la vía blanca, surcaba raudo y veloz la carretera, buscando la intercepción de calle 100 y Boyeros para cruzar el elevado que lo pondría con rumbo definitivo hacia Marianao; 10:30hs, estaba ya frente a “La Liga contra la Ceguera”, el principal de los hospitales de oftalmología cubano, el tiempo muy a su favor, y lo correcto era dar una vuelta por los alrededores a fin de hacer tiempo. Xiomara había hecho lo mismo, después de un aseo que la había dejado nítida, limpia e impecable, rondaba la zona, nervios de acero, en su soliloquio se decía, ahora o nunca.
Paró la moto en una calle transversal cercana al lugar, se revisó la ropa, se limpió la cara con una toallita secante, camino un tramo corto, y se puso a la sombra, estaba nervioso, sentía como un cosquilleo en todo el cuerpo y la intranquilidad no le permitía concentrarse, era el mayor de los indicios de quien se enfrentaría a algo totalmente desconocido, pero ¿Cómo se iba a dejar vencer por una prueba como esa? El, un hombre hecho para las aventuras amorosas, un hombre que en materia de corazones había hecho realidad todos sus sueños, no, sentía la necesidad de volver a sí, y el tiempo estaba corriendo, se fue serenando.
Santico era mucho Santico único, irrepetible, su singularidad despertaba más que curiosidad admiración por los que le conocían, y en otro orden era como un pasaje a lo desconocido.
Estas son cosas existenciales que el mejor de los mejores podía experimentar, no habría quien negara que el momento de un encuentro de este tipo podía poner nervioso al más experimentado; no se trataba del acople de dos naves espaciales, que difícil, eran problemas de la ciencia material, el problema era puramente espiritual, dos personas que sólo habían hablado por teléfono, que únicamente habían unido sus mentes por unos minutos, cuyos corazones latían aceleradamente, talvez hasta por curiosidad, o por la combinación del deseo, la curiosidad y la esperanza. Para ambos existía un común denominador: la incógnita, y eso, sólo eso, crea una sensación de estrés.
Santico era una persona muy imaginativa, había soñado hacia dos días con ella y en su imaginario le había aparecido una mujer de ojos grandes color café, cara ovalada en discreción, labios henchidos, nariz normal, frente de más de dos dedos y menos de cuatro, cabellera abundante con caída de cascada, cuerpo con curvas como dios lo quiso, cuello a la medida, senos con una protuberancia mesurada y excitante, sin exceso de barriga, cintura como la estrechez de una guitarra que daba origen a una parte trasera envidiable por todas las mujeres, sobre todo eso, porque eso era lo que más le gustaba de las mujeres, piernas como si estuviesen tapizadas, los dedos de los pies cuidados y pintados, pequeños, y su voz y sus cosas tal cual había oído al teléfono, se le había aparecido como una diosa, una verdadera diosa de la belleza, Afrodita, y si no llegaba a parecerse a ella, por lo menos como Cleopatra sin la maldad.
Miro el reloj, eran ya las 10:50hs, debía salir para el parqueo del lugar, arrancó la moto, montó en ella y salió decidido, cruzo la calle y entro en rumbo, estaba llegando al parqueo, aminoró la marcha y paró, cerró el chucho y bajó, se ajustó la ropa, miró alrededor y en el primer paneo observó rápido varias personas en uno de los laterales, volvió a mirar con detenimiento y una mujer de estatura mediana, pelo suelto, con el vestido acordado caminaba hacia él, no cabía dudas, era ella, pero su nerviosismo unido a la claridad que se produce por el resplandor del día no lo dejaba observar bien, estaba a cinco metros del cuando la logra examinar con detenimiento y ante sus ojos aparece una vieja arrugada, ella apura el paso y sonríe, le faltaban dos dientes en el maxilar superior y en el inferior sólo tenía colmillos y muelas, los hombros pegados a la cara, casi no tenía cuello, sus rodillas huesudas, flaca como un güin, plana en la parte trasera, y los dedos de los pies sucios encima de un par de sandalias que parecían sacadas de un basurero.
En un principio Santico pensó que podría estar disfrazada, o que pudiera ser una broma, de ser una broma estaría escondida por algún lugar cercano, pensó, muchas cosas le pasaron en el orden de los microsegundos por la mente, no sabía qué hacer, otro desastre, comenzaba a desplomarse toda su ilusión, “dios mío ¿Porque me castigas así?” Como en un monologo se preguntaba, traumatizado de inmediato palidece, ella frente a él a un metro, le dice: “mucho gusto, Xiomara”, él le mira y le pregunta: ¿Quién es usted? Ella le responde: “le dije que Xiomara”, “yo no la conozco señora, no sé quién es usted” le dice, pero ella le insiste y le replica: “pues me va a conocer ¿Usted es Santico?”, “no señora, yo no sé de qué me habla, usted está equivocada”, le responde, ella lo mira de arriba abajo y le dice: “pues yo esperaba a Santico y el quedó conmigo en venir en una moto, así como la de usted y con esa misma vestimenta que usted trae”.
Cuando ella termino de decir la última palabra, ya Santico tenía arrancada la moto y se disponía a subir a ella, montó en la moto, la miró y estaba seria y con la boca abierta, más fea que nunca, Santico le dijo: “pura equivocación señora, que dios me libre de tanto pecado”; salió como el que huye en una persecución, encaminó la moto hasta alcanzar la esquina y dobló a la derecha a buscar la avenida 41, no atinaba ni a la conducción de la misma, necesitaba parar, sentía miedo manejar en La Habana con la cabeza como la tenía, todo su ensueño se le había venido abajo de nuevo, pareciera que ésta vez los dioses se estaban divirtiendo con él, era como si estuviese recibiendo un castigo por algún pecado que él no recordase, se sintió decepcionado, la desilusión más grande y a la vez mas asombrosa de su vida. Trato de hablar con Dios: “Soy todo suyo señor, pero por favor dígame algo sobre mi error, hágame llegar el sesgo y la claridad mental que me permita conocer cuál ha sido mi culpa”, poco a poco comenzó a recobrar su calma y su capacidad.
En un inicio arremetió en su mente contra la emisora de radio y el programa; pasado un tiempo arrancó de nuevo su moto y una hora después en Centro Habana, cerca del Hospital Hermanos Ameijeira volvió a parar y parqueó, allí trabajaba una doctora amiga que de seguro podría compartir con ella sus penas.
Se estaba dando cuenta que ése era el riesgo que se corría al tratar de conocer una persona que nunca había visto, el problema entonces, se decía el mismo, era fatalidad, porque Leticia quizás no hubiese sido como esa vieja desdentada ¿Y Andrea? Andrea también pudiese ser como la Leticia que él se imaginó, pero no tenía como localizarla, y pensó que casi que era mejor no seguir hurgando, no fuera a ser que Andrea resultara un fenómeno peor ¿Peor?, no, no puede haber persona peor que Xiomara, porque mira que Xiomara esta fea y vieja, y luego dice que es una media naranja, bueno, una media naranja con plaga.
Salió al encuentro de la doctora, esperó un tiempo que coincidía con su almuerzo, se encontraron y se saludaron, platicaron sobre la familia y entraron en lo que le había sucedido, le contó todo, al detalle, desde Leticia, ella no hacía más que reírse, se orinaba de la risa, y mirándolo le dijo: “tú eres el chavalo de los problemas”.
Aunque Santico continuaba bajo los efectos de lo que apenas una hora antes le había sucedido, ya había logrado descompensar un poco ese vendaval vivido, y aunque su regreso a al pueblo tendría que ser sin su media naranja, la emisora continuaría transmitiendo su programa y muchas personas como Leticia le darían la forma redonda a la naranja, pero ¿Y él? Por el momento se tendría que conformar con las naranjas que desde niño conoció en los naranjales, hasta que encontrara su completo de vida.
Así monto en su moto y volvió a su pueblo, ya no como el jinete del triunfo ahora regresaría derrotado, a comenzar de nuevo.
Muchas gracias.
CUENTO
UN AVISO PARA SERAFÍN.
PRIMERA EDICION-ENERO-2015
POR CARLOS RENE CABADILLA DIAZ.
27/01/2015.
No era un día cualquiera, a pesar de la entrada en otoño, el clima cubano sólo entiende de calor y lluvias en la tarde y noche, recién amanecía; ayer noche y también de madrugada las fiestas de carnaval; Serafín muy entretenido avanzaba en su bicicleta, cansado, sudoroso, sin haber fiesteado, después de una jornada de trabajo que había comenzado a las 04:30hs, eran ya las 09:30hs, el sol afuera, una máquina chapeadora corría enganchada detrás de la bicicleta, conversaba consigo mismo: “no puedo más, esto ya no es trabajo para mí, son 77 años y aunque me dicen que estoy nuevo mi cuerpo no resiste, esas levantadas a las 03:45hs son como una tortura ¿Y si es cuando no logro conciliar el sueño? Coño, hace ya de un tiempo hacia acá que son más las veces que no lo logró que las que lo logró.
¿Y qué quieren? Que el Serapio siga ahí, firme, representando la estampa que siempre fue, pues no, mi cuerpo pide otra cosa, nunca le he negado a mi cuerpo lo que me pide”; Serapio continuaba su soliloquio: “¿En realidad estoy obligado a esta vida? No, en realidad no lo estoy, si soy honesto conmigo mismo debo reconocer que esta penitencia me la he puesto yo mismo, y claro mientras Rolando continúe de gerente de esa instalación, me siento algo comprometido, eso es lo que me tiene atado, porque también debo ser justo … “
Un golpe fuerte por el costado lo derriba y lo lanza unos tres metros hacia el medio de la calle, atolondrado, en el piso, adolorido y sin poderse parar, estaba fuera de sí.
Un hombre bien vestido, con unas llaves en la mano, se había colocado muy cerca del y mirándole con miedo le preguntó:
¿Ha sido mucho señor? Yo no lo vi, me fui a incorporar a la calle principal y no lo vi, no me explico.
Agáchese, ayúdeme, le dijo Serafín, cuando se agachó, a pesar de su atolondramiento, le propinó una bofetada, su mano aunque la de un hombre de 77 años, era una mano curtida por el trabajo, sostenida por un brazo fuerte, aquel hombre sintió el golpe duro en el mentón, casi se va de cabeza, se fue de sí por unos segundos, cuando pudo reaccionar se dio cuenta que nada podía hacer, él había sido el causante de todo, logró pararse y ya Serafín se había incorporado machete en mano, lanzóle una seguidilla de improperios: “manganzón”, “vago”, “abusador”, “con ese carrazo de media cuadra de largo me golpeas sin importarte que soy un viejo que se ha pasado la vida trabajando”, debería matarte con un sólo machetazo (continuaba Serafín).
Sin embargo, Serafín no era para nada un hombre violento; con bajo nivel cultural, poseía una educación básica envidiable para nuestros tiempos, y, sobre todo, la reciedumbre de lo que había sido su vida no incidió ni un tantico en sus sentimientos como ser humano, conservando en él aquella persona digna de los Mirandas.
Sus manos sudorosas temblaban, en menos de tres minutos bajó el machete, para él, éste sólo había sido un instrumento de trabajo y ahora no podría ser de otra manera.
El chofer del carro con la cabeza gacha y muy nervioso y apenado sólo atinaba a decir: ¿Dígame que tengo que hacer?
Cuando todo parecía comenzar a arreglarse, aparecía entre el tumulto de curiosos una mujer que aparentemente indignada había dejado de comerse su merienda para inmiscuirse en el lamentable accidente: “arráncale la cabeza”, se oyó como una voz de mando militar, Serafín parecía hipnotizado con aquella orden, “arráncasela” repitió aquella señora con sus manos en la cintura; un silencio sepulcral, todos centraban la atención en ella; ambos, el chofer y Serafín la miraron, “este no puede ser el castigo que Dios me mande”, pensó el chofer; Serafín sin darse apenas cuenta balbuceo algo así como: “no es para tanto, no soy hombre de matar a otra persona, no me gusta ni ver a un animalito sufriendo”.
Pasados dos minutos Serafín miro al chofer, la miro a ella, bajo la cabeza y caminó hacia la acera guardando el machete, el chofer tiró de la chapeadora algo golpeada y la situó en la orilla del contén, quedaba claro que tendría que llevar la chapeadora a reparar lo más rápido posible para entregársela al dueño lista para la faena.
El grupo comenzó a desintegrarse y aquella señora impulsiva y de arranque criminal, dio media vuelta y se dirigió a donde hacia apenas unos minutos había dejado su merienda, más cual fue su sorpresa al encontrar a “Pichirilo” terminando de comérsela, “Pichirilo” era un discapacitado mental que casi siempre circundaba el área ¿Qué haces ahí hijo de puta comiéndote mi merienda? Profirió la señora, “tenía hambre” le respondió; ella estaba como que se la quería llevar el Diablo.
A la derecha de ellos enfrente en una diagonal casi perfecta al área de los hechos, la iglesia católica con su puerta principal abierta, la diócesis del barrio, cualquiera diría que no cabía una persona más, entre un ambiente de oscuridad y luces mortecinas se dejaban ver distantes los santos y el padre oficiando una misa por la llegada en procesión de la Virgen de La Caridad del Cobre; la virgencita con sus brazos abiertos parecía estar mirándolos a los dos, la señora impulsiva cerca de “Pichirilo” se impresionó y no pronunció ni una palabra más.
Julián quien me había contado lo sucedido, hubo de observar desde el inicio detenidamente y se preguntaba para si ¿Será éste el primer acto de mi virgencita aquí para ayudar a ese pobre infeliz y castigar a esa mujer sin sentimientos? Me comentó que así lo había creído, yo lo creí también, aunque no lo puedo asegurar, pero lo creí, Serafín y aquel señor desconocido habrían de reconocer sus culpas en su silencio orgánico cuando el uno pensó en su edad y su entretenimiento al conducirse en la bicicleta y el otro en los efectos secos de unas cuantas copas demás el día anterior.
¿Y la policía? Demoró en llegar, mejor así, mejor que mejor, ya todos estaban de acuerdo y no había heridos, todos vivos como para contar con varias versiones.
Cuando Serafín logró calmarse continuó su monólogo, éra suficiente, estába convencido que de todo lo que había ocurrido lo más importante había sido sus conclusiones y una moraleja, o dicho popular o talvez refrán: “No hay mal que por bien no venga”, “pero coño, que bruto soy ¿Tenía que esperar a que la muerte me rosara?”
Fin
DERECHOS DE AUTOR. OBRA LITERARIA INSCRITA EN LA HABANA CUBA POR EL CENDA A TITULO DE CARLOS RENE CABADILLA DIAZ CON EL REGISTRO No 0839-03-2015.